maio 06, 2007

Emanuel Alegre

2401 vasos

Emanuel Alegre - Buenos Aires/Argentina

La primera vez que el vaso cayó al suelo fue por algo que en ese entonces todavía llamaba casualidad: un movimiento brusco de la mano alejándose de una hornalla y el recipiente de vidrio estallando en decenas de pedazos diminutos. Pero había algo danzando entre los intersticios dejados por los pedazos cristalinos, algo que se ocultaba mientras se dejaba observar sin tapujos. Antes de recoger los restos del vaso, saqué fotos, medidas, controlé los pedazos según formas y medidas y aproximación a tal o cual lugar, y sinnúmero de recaudos que había visto tomar en las series sobre forenses. Entonces sí los recogí. Y tiré otro vaso al suelo. Y con este nuevo vaso hice los mismo que con el segundo, y así con el tercero, y con el cuarto y con el quinto y con el sexto y con todos los que vinieron. Con los pedazos ensobrados intenté armar nuevamente cada pieza, pero es imposible, siempre falta una muy minúscula para completarlo.
Dispuse paños antideslizantes en el suelo, adherentes, difusos, para evitar la fuga de ese pieza fantasma que termina por astillar la realidad, hasta sellé la cocina y saqué todos los muebles dejándola sólo con imitaciones maquetadas de durlock para que la pieza no tuviera oportunidad de escurrirse bajo ningún objeto. Pero nada, la pieza no aparece. Hace una semana me llamaron de mi trabajo, o de lo que era mi trabajo, ya que lo perdí, intenté explicarles porqué me había ausentado pero no pudieron comprender lo que estaba buscando, lo que intentaba demostrar: que en esa pieza faltante, una pieza que nunca es la misma, que juega incitante sobre las superficies transparentes, se oculta el secreto que rige nuestras vidas, que si pudiera saber adónde va esa pieza o quién la hurta de delante de mis ojos, podría tomar, aunque no sea más que con la punta de mis dedos, alguno de eso finos hilos de araña que mueven nuestra realidad como una gran marioneta podrida. No lo entendieron. El psicólogo al que me envió la obra social tampoco lo entiende. Pero yo sé que está ahí, que el secreto está ahí, en esa pared dónde se apilan uno sobre otro 2401 vasos imperfectos, surcados de líneas y piezas faltantes.